Texto publicado por Sebastián Gray en el diario La Nación, Santiago de Chile. (Martes 27 de junio de 2006)
Sube el precio de la bencina, baja el precio del gas. Se acaba el gas, baja la bencina, sube la parafina. ¿Maravillas del libre mercado? En realidad no; es más bien nuestro triste destino de país carburo-dependiente. Aquí donde no tenemos ni un litro de petróleo bajo la tierra, pero donde construimos nuevas súper carreteras urbanas, lo que sumado al dólar bajo y las implacables ofertas de crédito bancario ha permitido que la venta de automóviles se haya disparado de manera increíble en los últimos dos años.
Ah, pero ni hablar de un sistema de transporte público decente, porque después de 10 años, al Transantiago como que ya no se le cree nada, la pura parada de buses nuevos y nada más, porque las calles siguen pésimas, los delitos flagrantes de los choferes son los mismos, los accidentes son igualmente espantosos, y por eso es que el sueño de todo chileno es tener su autito propio. Ojalá sea un todo terreno, 4 x 4, mientras más grande mejor, con motor potente, bien gastador.
Y después andan las rubias tontas (que me
perdonen las inteligentes, si es que existen) sacudiendo sus bracitos enjoyados por la ventanilla del auto en una tacotón por aquí, un bocinazo a las siete por allá, enojadas ellas porque les subió la cuenta mensual de la bencina, con todo lo que hay que hacer cada día: el pelo, las uñas, el Pilates, la vitrina, el almuerzo, el té.
Pero este tipo está delirando, dirá el amable lector; no piensa en el trabajador de clase media que ocupa su auto cada día para ganarse la vida, la familia esforzada que depende del vehículo para pasarlo un poquito mejor en la vida, en el joven estudiante o el obrero que atraviesa la ciudad en su añejo escarabajo para llegar de madrugada a la universidad o la pega… Claro que pienso en ellos, pero de otra manera: pienso que son ellos los que deberían exigirle al gobierno de turno un transporte público de súper lujo, hasta con tranvías (que habría costado lo mismo que la Costanera Norte), son ellos los que deberían exigir buenos colegios y centros urbanos en todas las comunas, para no tener que atravesar la ciudad ida y vuelta cada día; son ellos los que deberían exigir ciclovías urbanas para desplazamientos importantes, de manera de poder usar la bicicleta como medio de transporte
.
Ah, la bicicleta. Aquí radica, posiblemente, la clave del problema de la bencina. En un país tan arribista y consciente de clase como Chile, la mayor parte de la población preferiría morir antes que ser vista movilizándose arriba de una bicicleta. Ni pensar en el mundo desarrollado, donde es común ver hombres de negocios, elegantemente vestidos, en bicicleta por las calles de sus ciudades. Esto es Chile, y aquí la bicicleta es para niños y para pobres. Aquí la gente decente tiene auto, y el que tiene mejor auto, más fino y más nuevo, es más gente. Por mí, que se jodan!
Pd: Sebastian Gray es Arquitecto y Ciclista. Profesor de pregrado en la Escuela de Arquitectura PUC desde 1993, desempeñándose en talleres de proyectos de las áreas de formación y ejercitación, así como en aulas de titulación. Tuve la oportunidad de conocerlo y es alguien absolutamente consecuente con este discurso. Realiza tours arquitectónicos en bicicleta algunas veces al año. Obiamente avisaré cuando se realicen, los cuales son un privilegio.